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La ceremonia de la confusión

Ya se sabe que el Carnaval es la ceremonia de la confusión. Desde los ignotos orígenes de esta fiesta profana y burlesca la idea era confundir, con máscaras ocultando identidades, poderosos y humildes indiscernibles bajo sus disfraces; y aprovechar la confusión para darse a todo tipo de comportamientos transgresores y hacer cosas que nadie haría jamás durante el resto del año bajo su verdadera identidad.

Pues bien: Bilbao ha conseguido dar a este término una nueva dimensión. En el Carnaval de la Villa de Don Diego todo es confusión… ya desde antes de empezar las fiestas.

El concurso de carteles se convoca con un folleto con forma de sardina. Y, claro, obedientemente muchos de los aspirantes a ver su obra anunciando la juerga colocan sardinas en sus montajes; y un montón de gente ve encantada cómo se mezclan sardinas con carnavales como churras con merinas; e incluso el ayuntamiento monta un ‘photocall’ con una sardina de fondo para que las gentes se hagan ante él sus ‘afotos’ fiesteras. Pero resulta que la sardina no es un símbolo carnavalesco, sino todo lo contrario: simboliza la Cuaresma, y marca precisamente el fin de las Carnestolendas. El Entierro de la Sardina es una vieja tradición española que se exportó también a Latinoamérica (en el resto de Europa es más típico quemar al Rey del Carnaval), y avisa de que se acabó la jarana y de que llegó la hora del duelo, de la abstinencia, y de purgar todas las burradas que se hayan podido cometer durante los días previos. Pero aquí parece que nos hemos empeñado en empezar los carnavales por el final.

En cuanto a la elección de Farolín y Zarambolas, los dos personajes arquetípicos bilbainos que simbolizan al farolero y al vividor que todos los habitantes de la Villa llevamos dentro, y que nos representan en estas fiestas, parece que también hay cierta confusión a la hora de proponer candidatos. Aquí seguimos relacionando la velocidad con el tocino, y hay mucha gente que no se da cuenta de que una cosa es que alguien haya demostrado méritos sobrados que se le puedan reconocer en otro ámbito, y otra muy distinta es querer premiar estos méritos con un cargo que no es un premio, y que nada tiene que ver con la valía de esa persona en cuestión. Porque entre los cuatro candidatos oficiales a Farolín este año está la madre de los tres niños con síndrome de Sanfilippo: creo que no se me ocurre un personaje menos burlesco, festivo y carnavalero. A alguno de los Honorables Pares de la Orden Botxera se le ha debido de ir la olla.

Por otra parte el juicio popular a estos dos personajes ya quedó desvirtuado en su día, cuando la municipalidad se metió a enredar y lo convirtió en un montaje escénico sin más, interpretado por actores, para la mera contemplación del aborregado público que ya en nada se implica. Y lo mismo sucedía con el imperial desfile de carrozas orquestado por el ayuntamiento (el año pasado dejó de hacerse para recortar gastos, creo recordar), que pretendía con gran lujo, parafernalia y ‘profesionalidad’ sustituir a la participación ciudadana con sus ingeniosos y burlescos montajes.

Toda la idea de los carnavales en Bilbao es confusión, y se ha montado una fiesta de escaparate que en muy poco recuerda ya a su origen. Hasta en la glamurosa Venecia el carnaval es más transgresor que aquí; y en el de Düsseldorf, uno de los más importantes y de mayor tirón turístico de Europa, la cosa empieza con el secuestro del alcalde por parte del pueblo, que le exige a cambio de su liberación las llaves de la ciudad. ¿Alguien se imagina esto en nuestro Bilbao de tarjeta postal?

Yo tengo una anécdota de hace unos tres años sobre el concurso de disfraces oficial que se organiza el sábado (mucha gente en Bilbao sólo se disfraza ese día). Me llamaron del ayuntamiento para hacer de jurado. La cosa va de que los miembros de este jurado municipal se mueven por la Gran Vía, cada uno a su aire, provistos de unas papeletas, entre la multitud; y si ven un disfraz, individual o de grupo, que les parezca “ingenioso, divertido, original o muy currado” -eso me dijeron-, le dan al interesado una papeleta que les emplaza a subir al escenario central a determinada hora para recoger su premio. En mi deambular me topé con algo que me pareció exactamente “ingenioso, divertido, original y muy currado”: una horca montada sobre ruedas y un crío de unos doce años, vestido de pobre diablo con la soga al cuello. Junto a él su padre disfrazado de verdugo. Y cuando la gente preguntaba qué había hecho el chaval el padre decía cosas como “me ha suspendido matemáticas”; y apretaba un mecanismo que abría la trampilla. El crío -un actorazo, puedo asegurarlo, y además se estaba divirtiendo de lo lindo- caía unos cuantos centímetros, con la lengua fuera y los ojos en blanco. Pensé: “Puro Carnaval”; y les di una papeleta. Pues bien: aún no había caído la noche y ya la teníamos liada. Empezaron las protestas de algunos moñas porque el ayuntamiento hubiera premiado ese disfraz. Algún miembro de la comisión de fiestas andaba por ahí que ya no le llegaba la camisa al cuerpo, pensando en el marrón que se avecinaba. Al cabo de un par de días, en el programa de Telebilbao en que se hacía balance de los carnavales, el niño ‘ahorcado’ se convirtió en el tema estrella: la concejal de fiestas, que estaba allí en directo, se vio obligada a dar explicaciones; llamaba gente indignada diciendo que aquello era una vergüenza; incluso llamó el padre del niño, bastante más indignado, intentando explicar al personal lo que significa el CarnavalYo traté un par de veces de contactar con el programa para entonar el ‘mea culpa’ en antena, pero la centralita estaba colapsada; y tampoco me pareció que la concejal necesitara mi ayuda, porque salió bastante airosa del tema (muy grande la Urtasun); así que les dejé que se apañaran.

Pero desde entonces ya tengo claro que en Bilbao, no sé exactamente en qué momento, se confundieron los Carnavales con la fiesta de fin de curso de un colegio de primaria.

Y a pesar de que se rumorean cambios para la próxima edición, e intenciones municipales de devolver sus viejos orígenes a esta fiesta descarada y popular, como aún no ha salido el programa oficial y de momento tenemos lo que hay, mi problema sigue siendo que no sé si disfrazarme este año de princesa Disney o de Winnie The Pooh. Aunque, para aumentar la confusión, igual me disfrazo de sardina.


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